
Lo que comenzó como un operativo militar de rutina terminó en tragedia. La mañana de este martes, una mina terrestre detonó al paso de un convoy del Ejército Mexicano en un camino de terracería en la zona serrana que marca la frontera entre los estados de Jalisco y Michoacán.
Según fuentes oficiales, el grupo militar patrullaba un área con fuerte presencia del crimen organizado, específicamente en una región disputada por el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y el grupo criminal conocido como Los Reyes.
La explosión, atribuida a un artefacto explosivo improvisado (IED, por sus siglas en inglés), provocó la muerte de seis soldados y dejó dos más gravemente heridos. Los sobrevivientes fueron trasladados de inmediato por aire a un hospital militar, donde su estado de salud se reporta como crítico.
El ataque representa una nueva escalada de violencia en territorios donde el control del Estado se encuentra fuertemente disputado por grupos armados. Especialistas en seguridad señalan que el uso de explosivos improvisados muestra el nivel de sofisticación y letalidad que están alcanzando estas organizaciones criminales.
La Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) no ha emitido aún un posicionamiento formal, aunque se espera una respuesta enérgica ante este atentado que, además de cobrarse vidas, reaviva el debate sobre los límites de las operaciones militares en zonas dominadas por el narcotráfico.
México enfrenta nuevamente el luto de sus fuerzas armadas.
¿Hasta cuándo continuará esta guerra silenciosa?