D.H.C. Pedro Rosales Vázquez
Lo hemos escuchado, lo hemos dicho y, el General alguna vez lo escribió en su cuaderno de apuntes: “Para algo nací. Algo he de ser.”
Sin conocerlo personalmente lo recuerdo, pues los tiempos de su vida y mis tiempos de vida son asincrónicos. Pude conocerlo por las platicas de mis mayores, y pude constatar cuantas enseñanzas habría dejado, cuanto conocía las condiciones en que vivían los mexicanos y, la necesidad de regresar a los mexicanos aquellas riquezas que tiene nuestro país y no solo eso, motivar las ganas de merecer aquello que se les ofrecía.
Pude escuchar de tantas veces que visito la rivera del balsas y comer lo que comen en las casas humildes, sentarse a platicar sin que el otro sintiera ese halo de superioridad de quien tiene enfrente.
Don Lázaro Cárdenas del Río, fue una persona que, en cada acto, en cada palabra dejaba una lección, dejaba una enseñanza de humanidad, de humildad. Pudo trascender desde que su inconsciente tal vez dictaba a toda su estructura cognitiva esa misión que traía consigo desde su nacimiento y, solo a través de sus actos podría cristalizar.
Su carácter filantrópico y su visión de contribuir al progreso social y la búsqueda de una sociedad igualitaria sin duda alguna lo convierten, en una persona por siempre recordada. Cerro sus ojos para no abrirlos nunca más, después de envolver con su mirada a quienes estaban en la habitación ese momento del 19 de octubre de 1970.
Tras su muerte, siguen los recuerdos, siguen las enseñanzas, de aquel hombre que sin temblarle la mano y con el respaldo del pueblo, su pueblo, transformo a México en un país más independiente; después de su independencia.